martes, mayo 25, 2004

El día del amor

¿Quiénes son estos seres que van al sacrificio?
¿A qué altar verdecido, sacerdote enigmático,
llevas a esa vaquilla que muge hacia los cielos
con sus lomos sedosos cubiertos de guirnaldas?
John Keats

“Este sitio parece una figura de pesebre casero entre dos quebradas. La construcción es un híbrido de pagoda y monasterio, parece una de esas edificaciones tropicales republicanas destinadas a las instituciones públicas como estancos o bodegas.

“El día que entré a este lugar pude ver, desde un recodo de la carretera, un sinnúmero de patios separados por gruesas construcciones. Desde ese punto del camino, aprecié la fachada principal que ahora permanece cerrada. Creo que fui el último que entró por esa puerta. También vi la erguida torre con su reloj, una estructura de cuatro frentes rematada con volados de teja. El reloj dejó de funcionar cuando traspuse el extenso umbral de la entrada, las manecillas aún marcan esa hora en que la modorra y la molicie me hicieron su prisionero. Pero para qué queremos saber del tiempo aquí adentro. Muchos no quieren envejecer, aunque nacieron ancianos. A mí no me aterra ser viejo, me gusta que mi cabello encanezca, que mis huesos suenen y se quejen con el frío. A lo que le temo es a la decrepitud. Ese es el verdadero mal de la humanidad. Debido a la decrepitud los seres humanos son detestables, insoportablemente estúpidos.

“En estos momentos estoy presenciando cómo esta peste inunda el lugar. Miro un grupo de gente que no tiene más esperanza que una muerte imperceptible y tranquila mientras duerme. Esperar a la muerte es algo parecido a aguardar por el príncipe azul, una idiotez. A la muerte se la busca, para tener conciencia de que nos acompaña y que no nos visita de repente. Solo hay que mirarlos, parecen colchones hediondos, tendidos al sol. No les importa que su cáncer progrese o que salgan más eczemas en su piel, el sol los hace sentirse vivos, les da energía, los calienta... Únicamente la actividad cerebral es signo de vida y estos imbéciles están muertos desde que nacieron. No piensan, son unos bebés que esperan por sus alimentos licuados. Comen, cagan y pasean en círculos por el patio. Pero hoy no pasean, están sentados de manera ordenada en sillas alineadas frente a un escenario decorado con un arco de globos multicolores y un telón raído y percudido, como la vida de todos los habitantes de este lugar, de donde salen "artistas" y representan papeles dramáticos y con el patetismo más exagerado recitan estrofas.

“Ahí sale la señora Felicitas, hace un año le hicieron la mastectomía. La presenta el director.

- Con ustedes nuestra querida señora Felicitas. Aplausos para ella.

- Bueno, muchas gracias... Yo les he preparado una poesía del poeta español Alejandro Casona, se llama El milagro pequeño, espero que les guste y se la dedico a mi torero. Para ti, Pepe.

- El milagro pequeño... Aquella pobre niña aún no tenía senos -¡JA! y se toca el pecho...- y la niña lloraba: - Yo quiero tener senos -está jodido, aquí no dan ese servicio-. -Señor haz un milagro, un milagro pequeño... -aunque sean dos espinillas-. Pero Dios no la oía allá arriba tan lejos.

»Y cogió dos palomas;
se las puso en el pecho,
pero las dos palomas
levantaron el vuelo.
Y cogió dos magnolias;
se las puso en el pecho,
pero las dos magnolias
deshojaron sus pétalos.
Y cogió dos estrellas;
se las puso en el pecho,
las estrellas temblaron
y se apagaron luego.
Y cogió dos panales;
se los puso en el pecho,
y la miel y la cera
se helaron en el viento.

»Señor: haz un milagro
un milagro pequeño...
pero Dios no la oía
allá arriba tan lejos.

»Y un día fue el amor.
Lo estrechó contra el pecho
y se sintió florida
le nacieron dos senos
con picos de paloma,
con temblor de luceros,
como magnolias, blancos,
como panales, llenos.

»Igual que dos milagros,
dos milagros pequeños...


-Gracias Felicitas por ese mensaje de esperanza, por depositar tu confianza en el amor. Pepe, debes estar orgulloso y contento de tu...

“Esperanza dice el ingenuo. Vaya con estos médicos... Con ese poema no tuvo esperanza, la nostalgia la cegó. ¡Ay Dios mío! Esta gente con su positivismo y llena de entusiasmo, me exaspera. Parecen no darse cuenta de sus cuerpos gastados y mutilados, y aún mantienen viva la llama del porvenir...

- En este día especial, quienes conformamos el equipo de médicos tratantes, el personal de enfermeras y el cuerpo de voluntarias les decimos ¡Feliz día del amor y la amistad, Hogar Crepúsculo! ¡Apláudanse ustedes! Hoy es un día para estrechar más los lazos afectivos entre los integrantes de esta gran familia de adultos mayores.

“Familia, si quisiera una familia aún continuaría viviendo con las burras de mis hijas; haciendo de florón, una semana donde la una y la siguiente donde la otra, soportando a las nenas y sus novios, a los chicos y sus amigos. Ahora que puedo elegir mi familia, no sería a este pelotón de ancianos malolientes, sordos, ciegos, incompletos... No, mi familia soy yo.

“Ahora están bailando tango, afortunadamente no se les ocurrió hacerse los gitanos y montar esa payasada del flamenco. En el tango es diferente, los bailarines son intrépidos, giran una vez y no se marean, las mujeres pueden mantener el equilibrio sobre los tacones. Son valientes, en realidad... y malevos.

“Estos programas son como las corridas populares, se lanzan al ruedo los imbéciles y los borrachos. Aquí los más imbéciles, porque no nos dan un solo trago. Ahora le toca el turno a Efrén, el enano retrasado. Dicen que fue profesor de lógica y problemas filosóficos y que de tanto pensar, mirar y asombrarse con el mundo, su cerebro hizo un cortocircuito y hasta allí llegó. Ya no es ni su sombra, siempre era consultado por los periódicos más serios para que vertiera sus opiniones sobre política, economía, deportes, música, baile, libros, ovnis, mujeres...

-Para ustedes Volverán las negras gallinas, de Gustavo Alfredo Baca.

»Volverán las negras gallinas
en tu habitación sus huevos a anidar,
y otra vez con el ala a sus gallos
maicito les darán.

»Pero aquéllas que el sueño nos quitaban
cuando las íbamos a ordeñar,
aquéllas que mugieron nuestros nombres...
esas... ¡no mugirán!

»Volverán las intrépidos alguaciles
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más borrachos
caerán.

»Pero aquéllos cocinados con tocino
cuyas lonjas mirábamos cortar
y morder, como láminas de cuero,
¡Esas, no nos servirán...!

»Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a dios ante su altar,
como yo te he herido... desengáñate.
¡Así no te pegarán!


- Muy bien, Efrén, muy bien. Tu voz gruesa aún nos estremece y nos ha impresionado tu habilidad para improvisar. Eso es creatividad. Despidámoslo con un aplauso.

“Creatividad, ganas de hacerlo, como si eso fuera lo único que se necesita para realizar cualquier cosa. Si tengo la intención, es como si lo hubiese hecho. Nada más falso.

“Cuando llegué pensé encontrar el anonimato que buscaba, desaparecer para todos, pero es inútil, las enfermeras y los médicos se empecinan en hacer notoria mi presencia y la de cada uno. Somos especiales para cada uno de ellos. Saben nuestros nombres, qué nos gusta, qué no. Todo lo creen saber. No saben que los detesto, que me enferma cada día más el que se interesen por mi capacidad comunicativa con los demás. ¿A quién le interesa comunicarse con trapos viejos, con sofás arruinados, con sillas desvencijadas, orinales deteriorados y escupideras agujereadas? En esta tienda de objetos inservibles no existe un solo artículo bello; no hay jarrones ni figuras de cerámica, no hay platos conmemorativos ni botones con sus condecoraciones, nada de pinturas ni esculturas, ni revólveres ni cuchillos. Solo desoladoras ruinas del ser humano, y lo que es peor, optimistas restauradores de la decrepitud.

“En la Edad Media los monjes llegaban a edades avanzadas con un bagaje inmensurable de conocimiento. Aquí impera la estulticia, arrellanada en el pretexto de la vejez y la corrupción de la carne. Mi cuerpo no es como antes, estoy consciente, pero mi cerebro está intacto, funciona, maquina y piensa.

“Este lugar es como un jardín de infantes, todos juegan, hacen rondas, ríen, pero nadie piensa, ninguno mantiene una conversación fuera de los hijos, los nietos que los visitan, las parejas que ya no están con ellos... Estúpidos. Aún hablan bien de la familia, no quieren ver que para esos desagradecidos ya no les son útiles. Allí radica la diferencia entre todos estos trapos viejos y yo. A mí nadie me trajo, vine solo.

**********

- Don Ignacio, ¿me acompaña a revisar el escenario para el acto final –le sacó de sus cavilaciones la jefa de enfermeras, una mujer bajita y rechoncha con el cabello cortado como si fuese un niño malcriado-?

- No, déjeme aquí en el corredor. Ya les dije que no quiero saber nada de participar en estas cosas. Yo no hago el ridículo.

- Si no va a participar en nada. Solo me pasará las cosas que necesitamos para representar la muerte de Romeo y Julieta. Todos tienen que colaborar con algo y usted no ha hecho nada hasta el momento.

- ¡Carajo!, si pudiera levantarme de esta silla de ruedas, sabría de lo que soy capaz, aunque sea una dama.

- No rezongue y vamos atrás para que vea lo bonito que nos quedó el mausoleo de los Capuleto. Doña Adrianita y don Mesías van a actuar. La señora Caridad les cosió los trajes, el señor Yépez pintó la escenografía y usted será mi ayudante, el asistente de la directora –su estúpida y molesta sonrisa no abandonó su cara.

Empujé la silla del viejo, siguiendo las anchas caderas de la enfermera que bajo ese pantalón negro apretado parecía una ternera adolescente. Nos llevó ante una cortina pintada en tonos negros y celestes, con trazos gruesos e inseguros. El diseño parecía hecho por un niño con retardo mental. Una de las columnas se arqueaba hasta unirse con la otra, las ventanas eran irregulares y el fresco del muro reproducía a un Jesús ventrudo y fofo intentando salir del sepulcro, con sudor en su frente.

- Cierto, el decorado está bonito –mintió el anciano-, pero no veo los instrumentos con los que ambos amantes conseguirán la muerte.

- Están en esa mesa don Ignacio. Ahí está un frasco verde con agua y una daga que al presionar su hoja, se esconde en el mango. Esto, por favor se lo entrega a los actores hasta que yo aliste algunas cosas. Luego viene para acá.

- No soy mandadero de nadie, ¡carajo!

- Rigoberto, llévese a don Ignacio y vea que cumpla lo que se le ha dicho, si no, no le vuelve a sacar al sol.

- Bueno, bueno, si así son las cosas... Vamos, Rigoberto, cumplamos las órdenes de la señora directora...
“¡Dios mío!, representar la muerte de Romeo y Julieta... Ancianos de cuerpos comprimidos y flácidos interpretando a dos adolescentes con sus carnes duras y sus pieles suaves. Nada más opuesto al amor que retrató Shakespeare. Para que el amor perdurase murieron a esa edad. La belleza de la juventud, de un sol repuntando al alba, nada tiene que ver con el advenimiento del ocaso y la vejez. La juventud no huele a mortecina. ¿A quién se le ocurrió que el amor no tiene edad? Tiene una edad, no podemos corromperlo con carnes llenas de pliegues, cabellos encanecidos o calvas pellejudas, o alientos fétidos... ¡No! Es cierto que no es el amor quien muere, muere el cuerpo y eso es lo que debe morir. Deben morir ellos por cometer un sacrilegio, por osar regresar el tiempo y ser jóvenes, por querer repetir ese amor floreciente, terso e inocente.

“Estos actores, dada su condición, bien pueden representar vidas de santos en sus momentos finales, no la sublime tragedia del amor. No puedo tolerar que maten una obra maravillosa. Es inconcebible pensar en dos abuelos muriendo por el amor que no puede concretarse debido a las riñas familiares. No es justo que Shakespeare sea tomado de esta manera. Vaya con las reinterpretaciones y la libertad de las adaptaciones. No son más que pretextos para encubrir estrechez mental de los directores y escritores. Aquí se presentan grandes obras adaptadas a nuestra realidad. ¡Qué gran creatividad! Los genios locales menosprecian el trabajo de los clásicos: un Tartufo de Los Andes, un Edipo del litoral o un Ulises con computadora y celular. Y lo único que faltaba: Romeo y Julieta dentro de un ancianato. ¿Por qué no se rigen al texto original? Porque ellos son más inteligentes y creativos y estos médicos son iguales. Todos quieren hacer más real la obra. Qué Romeo y Julieta tan reales, tan similares a los que pensó el autor.

“Ahora recuerdo que De Quincey argumentaba que si el asesinato es ejecutado de manera que alcance un grado estético, no debe ser sancionado. El asesinato considerado como una obra de arte. Estos viejos necesitan morir por su amor... Si quieren morir en el escenario, que así sea; que la verdadera representación sea la de su propia muerte y no la fingida de los jóvenes amantes de Verona. Ellos deben morir, no Romeo ni Julieta. De Quincey tenía razón.

- A ver, Rigoberto, me vas a tener que ayudar con todo esto porque yo solo no puedo. Esto de estar en silla de ruedas me impide hacer todo. Verás, hijito, vamos a mi cuarto y allá te explico todo.

Recogí la botellita verde de vidrio y el cuchillo con trampa, empujé la silla del viejo y lo llevé al pabellón más limpio del edificio. Su amplio dormitorio estaba dividido en dos ambientes: el dormitorio y un corral cercado por libros. Las paredes decoradas con afiches de ópera y una que otra fotografía de personas desconocidas. Junto a la cama, en el velador, una guillotina en miniatura.

- Bueno, hijo –me dijo mientras colocaba una zanahoria en la guillotina-, dame el frasquito y anda a traer un poco de agua mineral para simular el veneno del amante Romeo –y dejó caer la pequeña cuchilla que cortó la punta de la hortaliza que llegó hasta mis pies.

Al salir de su dormitorio, él se fue al baño y antes de que yo cerrara la puerta de su dormitorio, se encerró allí. Cuando regresé, aún no salía. Me sintió al entrar y gritó que no tocase nada, que me mantuviera lejos de los libros y que no bajara ninguna fotografía de las paredes. Cohibido y asustado por los gritos censores del anciano, me senté en el centro de la pequeña biblioteca. Rodeado por libros, vi uno que sobresalía de entre todos y lo saqué del estante; era una edición de Romeo y Julieta, con una dedicatoria: A mi gran Romeo, a mi Ignacio, el amor de los adolescentes de Verona se renueva a diario con nuestra existencia. Aunque el tiempo nos separe, seremos un mismo cuerpo. Lo que Shakespeare eternizó se cumple con nosotros. Tu amada Julieta. Recuérdame siempre en estas páginas inmortales. 1936.

El viejo salió y no pude devolver el libro a su sitio, entonces lo dejé en el piso.

- Muévase, carajo, que la enfermera esa ya ha de estar buscándonos. Apúrese, ¿no oye que ya está acabando el baile de las cintas?

Salimos con prisa y le pregunté si a él le gustaba la obra. En un principio no quiso responder, pero a mi insistencia me dijo que sí. Por un momento noté que su semblante se aflojaba y que su eterna mueca de desagrado quedaba anulada por una leve sonrisa que no progresó.

- A quién no le gusta lo bueno, pues –me dijo recobrando su amarga expresión.

Continuamos por el corredor hasta llegar al patio donde se realizaba el festejo. Llegamos detrás del escenario mientras la espigada y cadavérica Julieta ocupaba su lugar en el mausoleo y el encorvado y calvo Romeo repasaba su diálogo. El viejo Ignacio le puso la daga en el cinto al estrenado actor y le entregó el frasco mortal.

**************

- Muy bien compañeros, estamos a punto de finalizar este significativo programa dedicado a la amistad y al amor. Para terminar, qué mejor que hacerlo con una historia de amor, de esas historias características. Por todos es conocido el final de dos jóvenes allá en Verona, hace mucho mucho tiempo. A continuación, apreciaremos el trabajo de doña Adriana de Palacios y don Mesías Palacios...

El telón se abre y deja ver una escena tétrica. Los espectadores sienten pena por la mujer que yace en medio de la desolación y frialdad del edificio funeral. Entra Romeo, con una mano temblorosa, y se posa junto al cuerpo de Julieta:

- Te pido perdón por última vez, Julieta mía ¿por qué continúas siendo tan hermosa? ¿Será que la muerte también es capaz de amar y quiere tenerte para siempre como su amante en la tenebrosa oscuridad? Para salvarte de ello yaceré contigo en esta sombría gruta de la noche... !Ojos, mirad por última vez a mi amada! ¡Brazos, abrazadla por última vez! ¡Labios, puertas de la vida, sellad con un beso el pacto definitivo con la muerte insaciable! ¡Ven, duro timonel, piloto sin esperanzas! ¡Arroja contra los arrecifes agudos a esta nave desarbolada, a este barco harto de navegar! ¡Brindo por ti, mija! –con la mano incontrolable intenta destapar el frasco, no lo logra; lo intenta dos veces más y tiene que entrar la enfermera, quien destapa la botellita y le da a beber.

“Ahora esperemos a que caiga con los intestinos destrozados”.

Sale de escena la enfermera y Romeo, retorciéndose de dolor y con cara de desesperación, proclama:

- ¡Oh, qué rápidos son los efectos del elixir de muerte. Basta un beso y muero...! Aggg...-el anciano cae cerca de la primera fila de espectadores, quienes se horrorizan pero recobran la compostura.

“Carajo que resultó buen actor, ahora solo falta Julieta. Veamos el desenlace del quinto acto, escena tercera. Acción”.

Julieta despierta del sueño y con ansiedad pregunta:

- ¿Dónde está mi esposo? Oh, ¿qué hace allí tan lejos de mí? ¡Dios del cielo! ¡Esposo mío, adelantaste tu muerte con veneno! ¡Qué mezquindad! -toma el frasco-. Ni siquiera dejaste una gota para que pudiera seguirte. Besaré tus labios para morir besándolos, quizá tengan un poco de veneno -lo besa y el viejo no responde-. Estás rígido pero aún tibio. Aguarda por mí, amado mío. -toma la daga de su Romeo-. ¡Dulce daga, este es tu sitio! ¡Descansa en mi corazón y dame la paz! -se hiere con la punta envenenada y cae desmayada sobre su amado. Un pequeño chorro de sangre brota y los demás ancianos se espeluznan, gritan, lloran. Los médicos desencajados entran en la escena y constatan que ambos actores están muertos.

La mirada de la enfermera se dirige a Ignacio, pero el viejo se escuda con un lloriqueo continuo, cubre su cara entre las manos, sin dejar de apreciar la escena de muerte. El mecanismo del reloj de la torre se ha puesto en marcha y adelanta un minuto.

“Perfecto, qué mejor que una muerte real para terminar con el amor de dos ancianos que quisieron convertirse en adolescentes lozanos y llenos de vida. Shakespeare está vengado. De Quincey debe estar contento. Solo bastó anular el mecanismo de la hoja del cuchillo, envasar lejía y agua mineral para obtener una muerte real de Romeo y Julieta. Ahora parten juntos a la morada eterna gracias a una pequeña ayuda. Esto sí es “cerrar con broche de oro un día dedicado al amor””.

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